Como docente y como mamá, me preocupa ver cómo se pasa la niñez y la adolescencia: entre pantallas. Vivimos en un tiempo donde las pantallas ocupan más horas que el recreo al aire libre, la interacción personal, el sueño o la lectura.
Esta constatación me llevó a indagar y consultar con diversos profesionales: ¿qué le sucede al cerebro de quienes forman sus pensamientos y su personalidad enfocados en una pantalla? ¿cuál es el precio de que un niño crezca sin disfrutar plenamente de su niñez? ¿qué consecuencias apareja que los adultos opten por la “senda fácil” del chupete electrónico?
Hoy nos encontramos ante las primeras generaciones de preadolescentes y adolescentes que han crecido bajo el (des)amparo de las pantallas en sus manos. Los efectos actitudinales y conductuales empiezan a evidenciarse con alarma: ansiedades desmedidas, intolerancia a la espera, frustración ante la imposibilidad de resolver todo al instante, menosprecio de sus propias capacidades, rechazo al razonamiento profundo o crítico, insomnio, episodios depresivos y aislación social. Estas manifestaciones son el reflejo de una sobreexposición tan temprana como intensa a estímulos digitales, que fractura los ritmos naturales del desarrollo.
Resulta inevitable preguntarse si hemos retrocedido dos siglos en términos de alfabetización y profundidad de pensamiento. En palabras de algunos expertos, “en una cultura postalfabetizada, la lectura prolongada se vuelve patrimonio de élites mientras las escuelas reducen textos completos”. De manera alarmante, corremos el riesgo de criar generaciones incapaces de “leer de principio a fin”, como si los libros hubiesen dejado de ser un derecho universal y volvieran a convertirse en un arma de desigualdad social.
La neurociencia y la pedagogía
La investigación en neurociencia y pedagogía ofrece perspectivas importantes para ocuparnos de este tema. Michel Desmurget, doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, demostró en su libro La fábrica de cretinos digitales (2020) que la sobreexposición de los más pequeños a las pantallas constituye hoy un reto de salud pública de primer orden. Desmurget halló que existe una estrecha relación entre el tiempo ante pantallas y el empobrecimiento del lenguaje, la disminución de la capacidad de memorizar y razonar, y el aumento del sedentarismo y de la adicción.
Pero, lejos de quedarse en la denuncia, Desmurget abre una puerta a la esperanza en su más reciente ensayo Más libros y menos pantallas. Allí sostiene con rotundidad que “limitar la exposición a las pantallas y volver a leer libros en papel” puede revertir el desaceleramiento cognitivo detectado en las nuevas generaciones. El autor argumenta que el neurodesarrollo de los niños exige estímulos que las pantallas no brindan: el lenguaje oral carece del léxico, la gramática compleja y la variedad sintáctica de los textos escritos. En efecto, los libros exponen un abanico de formulaciones sintácticas y nociones que solo pueden incorporarse a nuestro discurso si las leemos.
Si a estos hallazgos sumamos las conclusiones de cientos de estudios, el panorama se torna inapelable: “Cientos de estudios demuestran que la lectura por placer tiene un impacto único en el aprendizaje cognitivo de los niños”. Quienes leemos con placer ejercitamos un circuito neuronal refinado, que permite la atención sostenida, el pensamiento crítico y la generación de conexiones abstractas entre conceptos dispares.
Por el contrario, la presión de los gigantes de la industria electrónica del ocio es intensa e implacable. Como advierten los especialistas, “los actores de la industria electrónica del ocio llevan a cabo intensas campañas de publicidad y presión para defender los ilusorios beneficios de sus productos para el cerebro de nuestros hijos”. Bajo el pretexto de aportar soluciones didácticas o educativas, estos dispositivos desvían horas preciosas que antes se dedicaban al juego al aire libre, al sueño reparador o a la lectura profunda.
El tiempo contabilizado frente a una pantalla resulta escalofriante: entre los dos y los dieciocho años, un menor invierte ante pantallas el equivalente a treinta cursos escolares. Ese tiempo se roba al mundo real: el juego entre pares, la interacción humana, la exploración sensorial, al descubrimiento de paisajes interiores y exteriores, la investigación. No es extraño, entonces, que las capacidades cognitivas de estas generaciones estén experimentando “el descenso más pronunciado que se haya registrado jamás en la historia de la humanidad”.
Hoy estamos ante las primeras generaciones de preadolescentes y adolescentes que han crecido bajo el (des)amparo de las pantallas en sus manos. Esto ha conducido a serios efectos actitudinales o conductuales como: ansiedad desmedida, falta de tolerancia ante la espera o la frustración de que no todo sucede o se puede resolver en instantes, menosprecio de sus propias capacidades, evitar el razonamiento profundo o crítico, problemas de sueño, problemas de depresión y aislación social, entre otros… Y es un camino difícil y desafiante ayudarlos a continuar su crecimiento personal y que puedan superar sus obstáculos. Pero, también, es un camino que me reconforta personalmente transitarlo. Es el camino correcto (aunque ahora no les gusten las etiquetas ja,ja).
Frente a ese paisaje sombrío, el camino hacia la recuperación cerebral se antoja claro: volver a hacer del libro en papel la herramienta central en el crecimiento intelectual, emocional y social de los niños. Porque “no hay herramienta más útil para el desarrollo cerebral que un libro. El libro construye al niño literalmente en su triple dimensión (intelectual, emocional y social)”, tal como establece Desmurguet (2024, Más libros y menos pantallas). Esa construcción “triple” solo es posible cuando el niño se enfrenta a la página, modula el ritmo de su lectura, vuelve sobre sí mismo para comprender un pasaje y se adentra en la magia de las palabras sin distracciones.
La lectura, al ejercitar en paralelo la imaginación, la memoria y el juicio crítico, se convierte en una herramienta intelectual contra la manipulación y la superficialidad. Cuando un niño desarrolla el hábito de leer, madura su capacidad de cuestionar, de visualizar escenarios alternativos y de comprender la complejidad de la historia y de la actualidad. Sin libros, la democracia se empobrece: perdemos ciudadanos capaces de investigar, de contrastar fuentes y de pensar por sí mismos.
Por su parte, la neurocientífica Marianne Wolf, especializada en alfabetización, expresa:
«la lectura literalmente cambia el cerebro»
A su vez, explica cuáles son los beneficios para el cerebro:
- ✨ +Comprensión y pensamiento crítico al integrar y analizar información compleja.
- ✨ Fortalecimiento intelectual.
- ✨ Concentración prolongada.
- ✨ +Imaginación y empatía.
- ✨ Consolidación de la memoria.
Desmurget propone estrategias concretas para que padres y maestros fomenten el amor por la lectura: desde sesiones de lectura en voz alta hasta el diseño de espacios hogareños libres de pantallas, pasando por la elección de títulos adecuados a cada edad y el acompañamiento afectivo que convierta cada libro en una aventura compartida.
📌 Como mamá y docente, acepto el desafío de reducir la presencia de pantallas en nuestras rutinas diarias. He reemplazado parte de los tiempos de pantalla por noches de lectura en familia, y propongo en el aula proyectos de lectura y escritura colectiva. Estos pequeños gestos despiertan el asombro y la curiosidad: de pronto, la lectura deja de ser una obligación y se convierte en un territorio de descubrimiento personal.
es un camino difícil y desafiante ayudarlos a continuar su crecimiento personal y que puedan superar sus obstáculos. Pero, también, es un camino que me reconforta personalmente transitarlo. Es el camino correcto (aunque ahora no les gusten las etiquetas ja,ja). Quizá al principio a nuestros pequeños y adolescentes no les agraden las propuestas de: “lectura obligatoria”, “sin pantalla”, y protesten con la liviandad que caracteriza a la infancia. Pero si mantenemos la constancia, si celebramos cada página leída y cada pregunta surgida, estaremos construyendo el cerebro y el carácter de seres capaces de enfrentar los retos cognitivos y sociales del siglo XXI.
¡Gracias por leer! ¡Lamparillas! Sigan iluminando con sus ideas 💡